APUNTES PARA UNA RADIOGRAFÍA DEL HORROR

   "La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido". Esta frase –que ya es célebre entre los cultores de la literatura de terror- pertenece a Howard Phllips Lovecraft. ¿Quién era este periodista y escritor excéntrico, amante de la noche y la soledad, amigo de los relatos sobrenaturales y autor de las historias más aterradoras jamás contadas?

Pintura de H. R. Giger.    Su obra fue llevada al cine en numerosas oportunidades, para intentar recrear en imágenes aquel pavor y horror indescriptibles que se experimentan cuando uno se sumerge en las oscuras y perturbadoras profundidades de su universo literario. "El palacio embrujado" (Roger Corman, 1963), "The Dunwich Horror" (Daniel Haller, 1969), "Re-animator" (Stuart Gordon, 1985), "Donde duerme el horror" (J.P. Quellette, 1988), "Resucitado" (Dan O’Bannon, 1990) y "Cthulu Mansion" (J. Piquer Simon, 1991), son algunas de las adaptaciones cinematográficas de los más espantosos relatos de horror surgidos de la mente retorcida de este hombre nacido hace más de un siglo en Providence, Rhode Island, Estados Unidos. Se trata, sin embargo, y salvo por contadas excepciones, como en "En la boca del miedo" de John Carpenter, de películas que no lograron recrear esa atmósfera terrible y pavorosa que Lovecraft sí supo inyectar a sus narraciones. "El problema parece consistir en que el mundo lovecraftiano es demasiado asfixiante, poroso, terminal, cerrado y pesimista, como para que los cineastas no se sientan tentados a reinterpretarlo. Y toda modificación, por minúscula que sea, siempre desbarata el intento y hace que la película resultante se desvíe hacia otra cosa sin dar de lleno en esa ‘atmósfera de terror cósmico’" (revista Film).

   Sin lugar a dudas, lo más importante de Lovecraft no puede ser encontrado en el cine sino en sus cuentos, novelas y poesías fantásticas; no hay imagen o escena que pueda transmitir las mismas sensaciones que provoca su lectura. Como dice Carlos Fabretti, prologuista de muchas de las obras de Lovecraft editadas por Alianza ("Los mitos de Cthulu", "El caso de Charles Dexter Ward", "El Horror de Dunwich" y "En las montañas de la locura", entre otras) el tema central de la narrativa lovecraftiana "es la inestabilidad de las fronteras que separan nuestro universo del maligno caos poblado de inefables horrores que acecha al otro lado. El terror radica más bien en la insinuación de que nuestro mundo aparentemente ordenado y estable linda con el reino de lo terrible, del que sólo nos separa un frágil tabique, en el que a menudo, demasiado a menudo, se produce una fatídica grieta".

   Para este genio ignorado y marginado durante décadas, sin cuyo aporte no se hubieran abierto varios de los caminos que permitieron el desarrollo de la literatura fantástica de este siglo, el cuento verdaderamente preternatural –aquel que trasciende las fronteras de todo lo imaginable- "tiene algo más que los usuales asesinatos secretos, huesos ensangrentados o figuras amortajadas y cargadas de chirriantes cadenas. Debe contener cierta atmósfera de intenso e inexplicable pavor a fuerzas exteriores y desconocidas... una sensación de presagio... la de una suspensión o transgresión maligna y particular de esas leyes fijas de la naturaleza que son nuestra única salvaguardia frente a los ataques del caos y de los demonios de los espacios insondables" ("El horror en la literatura", H.P. Lovecraft, ed. Alianza). De esa manera, la evasión, el sueño y los viajes oníricos, le sirvieron como excusas para cuestionar la realidad circundante, esa realidad supuestamente tranquilizadora y segura, y dejar abierta la puerta al más allá, donde todo es posible –hasta lo más bestial y demoníaco- y donde existen seres, dioses y mundos nunca antes imaginados.

Pintura de H. R. Giger.   Su fascinación por lo extraño y misterioso tuvo su origen en la soledad, el pesimismo y el escapismo extremos que lo caracterizaban. "Siempre me he sentido mucho menos interesado por la vida, que por escapar de ella", dijo alguna vez este poeta tan perturbado como perturbador.

   Una de las principales virtudes de su trabajo es la investigación del espíritu humano y el descubrimiento de que –según August Derleth, uno de sus seguidores más incondicionales- no hay nada tan terrorífico "como una dislocación en el tiempo y en el espacio", una grieta en la realidad convencional y científicamente aceptada, un agujero negro por donde se filtran seres primigenios malignos y amenazantes. ¿Cómo explicar el horror sobrenatural que provocan sus relatos, los monstruos y criaturas que pueblan sus historias, o aquella cosmogonía maniquea en la que conviven deidades de nombres y orígenes tan misteriosos como Cthulu, Yog-Sothoth, Nyarlathotep y Azathoth? ¿Cómo reproducir los escalofríos, los temores inconscientes, que hicieron a muchos replantearse ciertas cosas que tenían como ciertas y que después de Lovecraft se disolvieron o se transformaron en incógnitas?

Si hay algo que agradecerle a este autor y a su obra, más allá de la grata e inolvidable experiencia de su lectura, es –sin dudas- ese pasaporte a otros mundos, ese permiso para soñar y ese salvoconducto para viajar a tierras lejanas en tiempo y espacio, a lugares nunca explorados por la razón y a las zonas más recónditas de nuestro inconsciente.