EDITORIAL



   ¿Para qué diablos sirve esto que estás viendo en tu monitor? ¿En qué modifican tu vida todas estas palabras, títulos y preguntas inútiles? Seguramente en nada. 
   Debemos admitirlo: Dossier Negro es una publicación caprichosa, intrascendente y autorreferencial, diseñada y pensada para leer en el colectivo, el baño o mientras te comés un Big Mac. Sirve únicamente para satisfacer las ocurrencias cada vez menos ingeniosas de sus autores y para hacerlos sentirse útiles por lo menos una vez al mes. Pero tampoco tiene gracia discutirlo y, mucho menos, analizarlo. Después de todo, qué sentido tiene buscar respuestas en donde no las hay o hacerse problemas por algo que como vemos ni siquiera vale la pena.
   Al parecer, nuestros escasos lectores piensan algo por el estilo. Las primeras reacciones luego del lanzamiento del primer número (un especial dedicado a John Waters) fueron bastante positivas: aplausos, felicitaciones, sonrisitas cómplices, palmaditas en los hombros... Pero a medida que la páginas pasaban, los rostros se transfiguraban, enrojecían y comenzaban a temblar. Asco, desacuerdo, ira. Esos fueron algunos de los sentimientos que despertó la revista antes de terminar en el suelo, pisoteada, o en algún tacho de basura. Era inevitable. Nadie podía quedar indiferente ante semejante desparpajo de subdesarrollo mental y risa fácil.
   Pero, se sabe, nunca es tarde para enmendarse, o para caer en el más absoluto de los descréditos. Y por eso insistimos con esto que intenta ser -humildemente- un aporte más al desconcierto cultural generalizado. Un acto de ignorancia injustificado que se ríe de sí mismo. Palabras que se lleva el viento. Un camino que no conduce a ninguna parte.
   Para hacerla fácil: todavía no sabemos muy bien qué oscuras razones nos llevan a perder tiempo y dinero en semejante proyecto. Quizás sea la admiración que sentimos por gente como John Kennedy Toole, creador de ese personaje delirante y genial que es Ignatius Reily, protagonista de “La conjura de los necios”, la novela que todo joven sin pretensiones debería leer y disfrutar. O quizá sea la fascinación que tenemos por las melodías fáciles que se pueden tararear, cantar y silbar mientras uno camina por la calle. Podríamos seguir enumerando, pero no llegaríamos a nada. 
   En definitiva, no sabemos a dónde vamos (ni de dónde venimos, ni quiénes somos). Pero creemos sinceramente que -como el hada buena le indica a Dorita en “El mago de Oz”- siguiendo el camino de las lozas amarillas nunca podremos perdernos.


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