John Waters, el rey del cine trash
Ver una
película de John Waters es todo un acontecimiento. Se necesita un sillón amplio y
confortable para revolcarse de risa con tranquilidad, una cerveza bien helada y algún que
otro copetín para acompañar el momento y -esto es lo más importante- un estómago
adecuado para soportar y disfrutar esa mezcla escatológica entre comedia, pornografía,
cine gore, travestismo, kitsch, canibalismo y anarquía que caracteriza a sus historias.
Waters es el rey del cine basura. Sus delirantes
creaciones se inspiran en los gustos más retorcidos de su infancia y adolescencia: sus
grandes maestros cinematográficos (William Castle, genial creador de trucos publicitarios
para películas de terror clase B, Russ Meyer, famoso por las tetas de las actrices que
protagonizan sus filmes, y Herschell Gordon Lewis, uno de los precursores y teachers
indiscutidos del más sangriento cine Gore), la pornografía barata, las películas de
delincuencia juvenil, las estrellas del más glamoroso Hollywood (Marilyn Monroe, Jane
Mansfield, Liz Taylor), el cine underground de Warhol y Kenneth Anger...
Nació en Baltimore, Estados Unidos, en 1946 y desde
niño manifestó una extraña afición por la violencia -los accidentes automovilísticos
eran sus preferidos-, las películas de terror y los parques de atracciones, sobre todo si
alguien había muerto allí recientemente. A los 18 años rodó su primer corto, Hag
in a black leather jacket, con película robada de la casa de fotografía donde
trabajaba su novia. Ese fue el comienzo de la carrera de director más sucio -el rey
del vómito, para algunos- de la historia del cine norteamericano, cuyas consignas
principales son la glorificación de la violencia, las perversiones sexuales de todo
tipo y la cultura basura. Un ataque frontal contra todas las instituciones y los
valores morales y religiosos. Una crítica despiadada de los tópicos de la cultura
estadounidense y del más conservador american way of life.
Waters es un terrorista de la imagen. Puso en el centro
de sus películas la glamorización de la violencia y el culto de los asesinos que
la cultura americana nunca quiso asumir. Charles Manson y otros personajes nefastos
de la historia criminal americana aparecen mencionados o directamente en retratos en casi
todos sus filmes. Además, Waters es un contrabandista. Escondidos debajo del tono de
comedia delirante de todas sus películas, viajan el mal gusto, el crimen injustificado,
el sexo perverso, la transgresión de las reglas sociales más elementales y, en
síntesis, el anarquismo como estilo de vida.
Por eso las películas de Waters son tan corrosivas. No
se trata de hacer comedia a base de tipos haciéndose los tontos, contando chistes o
tropezando cada dos por tres. Se trata de corromper el estilo de vida americano, de
trasladar el melodrama a la escoria del barrio, de destrozar con ensañamiento
instituciones sagradas como la familia, la Iglesia, la justicia, la política, las
asociaciones benéficas y todo lo que se le pase por la cabeza. En definitiva, enaltecer
la basura y hundir la corrección.
Una de las escenas más repugnantes de toda su filmografía y seguramente la más
representativa de su absoluta desfachatez puede verse al final de su obra más famosa:
Pink Flamingos (1972). Se trata de una patada en el bajo vientre de la industria
cinematográfica, una escena asquerosa, real, irrepetible. Divine, una de las principales
estrellas del cine de Waters, orgullosa de haber sido considerada la persona más
inmunda del mundo, camina por una callecita de Baltimore moviendo su obesa figura
como si se tratara de una diva. De repente, observa a un perrito haciendo sus necesidades.
Excitada, mira a cámara, se relame los labios y se arrodilla ante él sonriendo sin
parar. Sin ningún corte que levante sospechas, vemos cómo el animal defeca unos
pequeños soretitos y Divine -entusiasmada- los recoge del suelo con la mano, los enseña
a cámara y se los mete en la boca, los mastica un rato, sonríe mostrando los dientes
sucios y guiña un ojo, como si estuviese probando el postre más exquisito. Es una escena
aberrante, perturbadora. Un ejemplo de cropofagia que, paradójicamente, convirtió a Pink
Flamingos en una verdadera película de culto.
El sexo es parte fundamental en el cine de Waters.
Todas sus películas presumen de una relación explícita, desprejuiciada y desviada de la
sexualidad humana. Utiliza el sexo como un instrumento de provocación y de irreverencia,
ya que es uno de los grandes tabúes de la sociedad bienpensante y por ello una tentadora
arma con la que jugar. Las escenas de sexo son generalmente explícitas, con desnudos
integrales, primeros planos genitales, trabajos orales, inseminación artificial y varias
posturas incómodas. La única diferencia con el porno puro es la carencia de erecciones y
eyaculaciones.
La violencia funciona del mismo modo que el sexo. Es otro truco con el que Waters intenta
atraer al espectador y luego provocarlo, ofreciéndole descargas de violencia disparatada
y paródica. Las escenas de crímenes -inspiradas en los filmes de H. G. Lewis- están
hechas a base de hachazos, destripamientos y mutilaciones. De hembra glamorosa y coqueta,
Divine se transforma en el más salvaje y hambriento de los caníbales.
Además de dedicarse al cine, Waters también encontró
tiempo para publicar varios libros (su autobiografía Shock Value, en 1981, y
Majareta, dos años después, en el cual recopila artículos periodísticos de
su autoría, anécdotas, ensayos teóricos sobre el cine y algunas entrevistas) y para
hacer algo de teatro con el casi desconocido The John Waters Show.
Luego de convencer a todo el mundo de que con el
mal gusto también podía inventarse una estética, Waters siguió haciendo filmes
underground cada vez más elaborados, intentando alcanzar un status de cineasta serio
convencional. Al contrario de lo que opinan muchos de sus fans, Waters no se vendió
a la industria. Sus últimas películas -realizadas con dinero de grandes estudios- tienen
incluso más poder de corrupción que las primeras, debido a que actúan sobre un terreno
tan políticamente correcto -Hollywood- que la amoralidad de la que sigue haciendo gala
derriba muchos y mayores prejuicios entre el gran público.
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